Orígenes de la Haketía
Al presentar esta colección de 5 CD, nos parece indispensable, para beneficio de los no iniciados, esbozar un rápido retrato de la haketía, dialecto cuyos orígenes probables se remontan hasta un período anterior a la expulsión de los judíos de España en 1492. Es ésta la opinión del primer verdadero investigador de la haketía, José Benoliel (vide infra), filólogo y políglota tangerino (1888-1937) que dominaba el español tanto como el francés, el portugués, el hebreo y el árabe. María Antonia Bel Bravo, doctora en historia y licenciada en filología semítica, y Alegría Bendelac, verdadera autoridad en lo que se refiere a la haketía, sin olvidar al profesor Isaac Benharroch (q.e.p.d.), consideran también que este dialecto empezó a desarrollarse mucho antes que los Megorashim, (hebr., los expulsados), se establecieran en territorio marroquí.
El mismo término haketía provendría, según Benoliel et ali, del verbo árabe haqa que significa “contar”, “hacer un relato con gracia, con humor”. Otros lingüistas afirman que la haketía no es sino el idioma del hakito (diminutivo del nombre propio Isaac), arquetipo del judío de escaso nivel económico y educativo, radicado en el norte de Marruecos. Esta incertidumbre etimológica es debida a la falta de documentos lingüísticos completos y aprobados por todos los interesados. A diferencia del ladino (vide infra), en haketía, a pesar de ser un dialecto de más de 5 siglos de existencia, aún no se han establecido normas ortográficas puesto que, hasta recientemente, sólo era un instrumento de comunicación oral. Por lo tanto, cada escribiente se ve obligado a crear su propio código grafo-fonético.
El mismo glotónimo, o vocablo que designa el dialecto, plantea singulares problemas a los estudiosos. Coexisten múltiples grafias no todas atestiguadas ni académicamente documentadas-y la elección de una u otra depende del escribiente: haketía, haquetía, hakitía, haquitía, jaquitía, jaketía, jaquetía, haketiya, jaketiya, haquetiya, haketilla, yaketía, y yaquetía. No existe otro dialecto en el mundo cuyo glotónimo pueda escribirse de trece distintas maneras. Muchas de estas versiones merecen un análisis detallado al que, por falta de espacio, debemos renunciar. Vamos a limitarnos simplemente a una somera explicación de la grafia que hemos escogido, haketía.
La “h” (en negrita): En el sistema de transcripción que adoptamos aquí, la hache en negrita corresponde a la ח, la het hebrea que se pronuncia aproximadamente como la “j” española, pero con la parte más profunda de la laringe.
La “k”: La utilizamos para transcribir la consonante oclusiva sorda [k] pero sólo en palabras de origen árabe o hebraico. Ej.: halkeado (ár., exhausto), el kahal (hebr., el conjunto de los congregantes), ukán (ár., solamente). En cambio en ladino se utiliza la “k” cualquiera que sea el origen de la palabra: komer, kaza, kumadre (comadre), etc.
Funcionamiento del dialecto
De manera general, puede decirse que la haketía funciona como el español contemporáneo en lo que se refiere a la sintaxis. La conjugación sigue más o menos la del castellano de fines de la Edad Media pero, a veces, las formas verbales modernas se imponen y reemplazan los arcaísmos.
En los diccionarios de haketía se estudia de manera exhaustiva y sistemática la conjugación haketiesca. Aquí sólo presentaremos someramente tres ejemplos de pretéritos:
- hablar: habli, hablates, habló, hablimos, hablatis, hablaron.
- traer: trushi, tan frecuente como trashi o traji.
- decir: dizir o dizer: dishi, dishites, disho, dishimos, dishitis, disheron (que coexiste con dijieron).
Es también de notar la tendencia a la epéntesis de una “y” en la desinencia de la primera persona del indicativo presente de los verbos, cualesquiera que sean: “tengo”>”tengoy”, “digo”>”digoy”, “hablo”>”habloy”.
Este fenómeno es frecuente pero no constante y no se sabe a ciencia cierta si proviene o no de la influencia del “soy”, “voy”, “doy” y “estoy”.
Otro rasgo característico de nuestro dialecto es la hispanización de vocablos extranjeros, fenómeno corriente en muchos idiomas. Ej., en Hispanoamérica: chequear (comprobar, del inglés check); en la provincia de Quebec, Canada: le burnout (el agotamiento, del inglés estadounidense burnout); en Italia: fare business in Italia (hacer negocio en Italia).
Lo mismo ocurre con la haketía. Por ejemplo, se utiliza tal cual el sustantivo árabe mel’oq (1) (malvado, canalla), se le antepone un articulo castellano y se le pluraliza o feminiza con desinencias castellanas: un mel’oq, el mel’oq, la mel’oqa, los mel’oqes; una shkara (un saco, una espuerta), cuatro shkaras, un baggal (un tendero), los baqqales, los bakalitos.
También abundan los vocablos hebraicos integrados en el léxico de la haketía: un hajam, un sabio estudioso de la Torá; un hajamito, un erudito de pacotilla; un ‘aní, un pobre; muncha ‘aniyyut, mucha pobreza; un ma’asé, un cuento, un asunto.
Muchos verbos provienen directamente del árabe dialectal y fueron hispanizados con la adjunción de una desinencia española: ‘adlear (arreglar, de ‘addel), kemlear (acabar, de kemmel), ‘aitear (llamar, de ‘ait), etc.
Estos numerosos préstamos y su integración en el capital lingüístico que se vino transmitiendo de generación en generación, con incesantes fluctuaciones que reflejaban las fluctuaciones históricas locales, nacionales o universales, hacen de la haketía un tesoro inestimable para el verdadero investigador científico, el que sabe evitar los juicios de valor.
A los elementos específicos, vienen a añadirse rasgos también sui generis que aseguran la transmisión oral, es decir los elementos prosódicos y melódicos de la cadena hablada – o sea el esquema entonativo – y también el alfabeto gestual.
Por ejemplo cuando se quiere ilustrar la interjección ¡¡Guo!! (exclamación que expresa horror, lamento), se levantan ambas manos hacia la cara y se bajan rápidamente. El análisis de los elementos acabamos de enumerar podría servir de base que a un estudio lingüístico fundado – única y paradójicamente – sobre lo no-textual. Evidentemente, dicho estudio debería ser filmado e incluir partituras musicales.
Terminología: ladino, judeoespañol, djudezmo(2) y haketía
Antes de proseguir, es necesario aclarar el problema terminológico. El ladino, idioma hablado y escrito por los sefardíes de Turquía, Grecia y algunos países balcánicos, añade a su base castellana frecuentes préstamos de vocablos provenientes del turco, del griego, del italiano, del búlgaro, del portugués, del hebreo y del francés. En cuanto a la haketía, tal como se hablaba aún hacia los años 50, cuando empezó una de las más importantes olas de emigración de los judíos de Marruecos, tiene por componentes. principales, por orden decreciente de importancia, el español contemporáneo, el árabe dialectal marroquí, el hebreo clásico y el castellano medieval. En lo que se refiere a la influencia del árabe, es de notar el excelente estudio publicado por el profesor Mohamed Madkouri El Maatawi de la Universidad Autónoma de Madrid, diciembre de 2004, bajo el título “Los arabismos en el judeo-hispano marroquí (hakitía) (sic)“. Reproducimos a continuación unas líneas de la introducción de dicho estudio:
“La diáspora, iniciada en 1492, lleva a la comunidad judía peninsular a repartirse a lo largo y ancho del Mare Nostrum. Parte de ella se marcha hacia el Oriente (principalmente a Turquía) y otros emigran al Magreb. Habida cuent de las circunstancias que rodean la expulsión, la población sólo pudo llevarse consigo principalmente bienes espirituales, esto es, su religión, el folklore, la literatura popular y la lengua. Una vez en estos países entra en contacto con la población autóctona, judía y musulmana. Este trabajo versa precisamente sobre aquella lengua mantenida por los judíos como señal de identidad frente a nuevas realidades sociales, pero que una vez roto el cordón umbilical con su lengua madre, el español, y con el paso del tiempo, ha de recorrer caminos distintos en oriente u occidente. Uno de esos caminos es el judeoespañol en el Magreb donde voy a centrar mi estudio. No obstante, si bien existen trabajos interesantes sobre el ladino, pocos son los que se han dedicado exclusivamente al estudio de la Hakitía. Ésta es la lengua de uso común entre los migoraĉim³, judíos emigrados a Marruecos, que existió como lengua hablada, cada vez más minoritaria, hasta bien entrado el siglo XX. La mayoría de los trabajos existentes hasta ahora sólo hablan del tema de la Hakitía o bien como sucedáneo del ladino, o bien lo abordan desde el punto de vista antropológico, siendo las aproximaciones más interesantes aquéllas interesadas romancero, por el el cancionero y el folklore. Por ello, el propósito de mi trabajo es analizar, desde el punto de vista lingüístico, la influencia en la Hakitía de la lengua dominante en el contexto social en el que se han movido los migoraćim, esto es, el árabe dialectal marroquí hablado tanto por la población musulmana como por los toĉabim4, los judíos autóctonos.”
En cuanto al glotónimo ladino, siempre fue algo problemático, pero únicamente entre académicos. El profesor Haïm Vidal Sephiha, fundador y titular durante varios años de la única cátedra de judeoespañol de Francia, profesor emérito de la Sorbona, autor de 7 libros y de más de 400 artículos sobre el judeoespañol, siempre se esforzó por explicar que el ladino es la lengua judeoespañola escrita en letras hebraicas, ya sea con el alfabeto Rashi, o en solitreo, o con el alfabeto hebreo de letras cuadradas.
Según este erudito, el ladino es una lengua exclusivamente escrita, el judeoespañol “calco” reservado a la traducción calcada palabra por palabra de textos bíblicos, talmúdicos, litúrgicos y paralitúrgicos. Por lo tanto decir que alguien “habla” ladino es para Haïm Vidal Sephiha una aberración escandalosa. El ladino no se habla, se habla el djudezmo o el espanyol. Pero vox populi vox Dei. Por la voluntad del pueblo, hoy en día, sobre todo en Israel, el vocablo ladino indica cualquier forma de judeoespañol de los países balcánicos y peribalcánicos.
Es más, existe un organismo oficial cuya misión es la defensa, la difusión y la ilustración del ladino. Se trata de La Autoridad Nasionala del Ladino, presidida por nadie menos que Yitzhak Navón, quinto presidente del Estado de Israel, de 1978 a 1983.
Moshé Shaúl, fundador y director de la revista Akí Yerushalayim y también del programa judeoespañol de la radio nacional israelí, es el vice-presidente de la Autoridad Nasionala desde su creación en 1997.
Lengua escrita, lengua oral
La haketía es, como dijimos, una lengua de comunicación oral, mientras que el ladino se escribe y se publica desde hace siglos, generando hasta hoy en día obras literarias, periódicos, revistas, etc. Según Michael Molho, erudito y rabino de Salónica en la post-guerra, la literatura en ladino consta de 5000 a 6000 obras que incluyen centenares de obras teatrales, novelas, poesía, traducciones, adaptaciones de obras europeas, sin contar los 300 títulos de una prensa que floreció desde 1832, año en que se publicó el primer periódico judeoespañol en Istambul, hasta el principio de la Shoá. El Dr. Eliezer Papo, escritor judeoespañol y vice director del Centro Moshe David Gaon de Kultura Djudeo espanyola en la Universidad Ben Gurion del Neguev, publicó en 1999 su primera novela en ladino, La Meguila de Saray (Saray es Sarayevo) y sigue publicando obras en el mismo idioma.
Basta con navegar un poco por Internet para darse cuenta de la vitalidad del ladino y de los loables esfuerzos hechos para preservarlo, enseñarlo e ilustrarlo; esfuerzos que casi podrían compararse con los que los Ashkenazim hacen por la supervivencia del Yiddish. Los paladines campeones de la causa del ladino hasta llegaron a imponer una ortografia de tipo esperantista cuya característica esencial es el empleo frecuente de la letra “K” la cual, sea dicho entre paréntesis, es la consonante menos empleada en español: kaza, kerer, komer, etc.
Mientras tanto, la haketía seguía y sigue flotando en el aire oral, sin normalización gráfica vulgarizada de ninguna indole. Vulgarizada porque no hay que olvidar el trabajo de Jacob Hassán (q.e.p.d.) director del Departamento de Estudios Hebraicos y Sefardíes, Instituto de Filologia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, quien propone una grafia normalizada para toda suerte de judeoespañol, basada en el alfabeto fonético internacional.
Debemos inclinarnos ante la evidencia. Es una perogrullada decir que cuando una lengua no dispone de un capital, de un corpus de textos escritos, no hay que extrañarse de la precariedad de su existencia. Los intelectuales judíos del norte de Marruecos nunca escribieron en haketía porque, a pesar de la Expulsión, siempre se sintieron culturalmente puesto que lo estaban geográficamente-próximos a la España de su tiempo. Por eso siempre escribieron en el español de su tiempo. Además la colonización española vino a reforzar estos lazos culturales, así como el deseo de expresarse en el mejor y más puro castellano posible, la lengua más culta más actual, la de la intelligentsia española.
La haketía fue por lo tanto condenada a la oralidad. Y esto trajo consecuencias. Puede decirse que fue la hija malquerida del español. No sólo por todo el vasto mundo, sino también en sus propios territorios, en Tánger, Tetuán, Alcazarquivir, de Melilla, Ceuta, Larache, Arcila y Gibraltar. Siempre fue considerada como la lengua de la cocina, la lengua de la afectividad, nunca de la intelectualidad. (Prueba de ello es que esta introducción a La Vida en Haketía, el autor no se atrevió a escribirla en su lengua materna. En cambio, un intelectual ladinófono no hubiera vacilado un segundo en escribir un texto de este tipo en ladino). La haketía es una lengua para reír y llorar, bendecir, insultar, maldecir, una lengua considerada por muchos como “de baja categoría”. La “gente bien” de la antigua zona española de Marruecos nunca permitió a los niños hablar en ese dialecto. En cambio, hoy se despierta, entre los baby-boomers oriundos de esa región, algo como una añoranza, un piadoso interés por la lengua de sus abuelas.
Idéntica situación – a fortiori, desde luego – en el universo judeoespañol sometido a la hegemonía del ladino.
En estas comunidades, la haketía, en el mejor de los casos, era hasta hace muy poco tiempo considerada como una parienta pobre, un bárbaro idiolecto que no merecía interés alguno. Rara vez se la mencionaba en los congresos, seminarios, coloquios, sitios Web, programas radiofónicos o televisuales dedicados al judeoespañol.
(1) El apóstrofo transcribe la consonante hebraica AYIN, que es una laríngea sonora. La "q" transcribe la consonante árabe QAF (vide supra la palabra árabe haqa), oclusiva velar sorda, algo como una K pronunciada en la glotis. Delante de U, UE, UI, se pronuncia como en castellano. (2) La j en itálicas se pronuncia como la jota francesa, por ejemplo en "joli". En el presente sistema transcriptivo fonético, la "z" en ladino o en haketía se pro nuncia como en francés zone. (3) Megorashim, hebr., expulsados. Proviene del sustantivo guerush, expulsion. (4) + Toshabim